Buenos y, en estos momentos, fríos días invernales. Imagínese asomándose por la ventana de su casa para contemplar el exterior desde la comodidad de su hogar, mientras afianza una taza de café caliente con ambas manos para impregnarse de su calor; bien, pues a través de la cortina de humo que emana de la reconfortante bebida, observa que toda una infraestructura de trabajadores y maquinaria se despliega bajo el mayor secretismo. El gobierno, diletante en las artes propagandísticas, ofrece excusas que solo podrían convencer a los más acríticos con su ideología y hace uso de la opacidad que le caracteriza para los asuntos que le conciernen.
«Esto sucedió el 15 de junio de 1961, tan solo un par de meses antes de volver a ofrecer otras declaraciones que estremecieron a los berlineses, sin dejar indiferente al resto del mundo. El 12 de agosto el Consejo de Ministros de la RDA anunciaba medidas para proteger la Alemania y el Berlín orientales de las secciones occidentales 213, pero este empeño resultó tener otro fin más definido.
Domingo, 13 de agosto de 1961, vacaciones de verano. En una calurosa mañana estival, los ciudadanos berlineses próximos a la frontera que escinde la ciudad se despiertan con el ajetreo de cierta actividad en la calle sobre el silencio de las primeras horas del alba. Miles de operarios, bajo la atenta mirada de los soldados de la RDA, proceden a la colocación de barreras temporales, desprendiendo adoquines de la calle, derribando unas estructuras y erigiendo otras. Es el inicio de la «Operación Rosa», nombre en clave con el que los soviéticos designaron el acto de dar un paso o un salto adelante en la estrategia de contención.
La obra no solo pretendía levantar una enmarañada barrera de espino, que es como empezó, sino todo un entramado que al finalizar estaría compuesto por una barrera de losas con más de 3 metros de altura, reforzada con cables de acero acompañados por rejas electrificadas, búnkeres, guardias fuertemente armados y sus perros policía, refuerzos antivehículos y otros elementos. Entre estos, destacamos la «franja de la muerte», una zona para cuya delimitación se derribaron casas y todo aquello que impidiera su desarrollo, consistente en una franja vigilada próxima al Muro cuyo franqueo se pagaba en ráfagas de ametralladora 214.
En cuestión de un día, calles, plazas, edificios y hogares quedaron divididos, y se interrumpieron los transportes urbanos, cerrándose instalaciones de metro y ferrocarril. ¿La causa? Se había construido un muro que no solo dividía Alemania: también dividía dos realidades.»
(Valero, 2024)

213 – «Para poner fin a las actividades hostiles de revanchismo y militarismo de Alemania occidental y Berlín occidental, se implantarán en la República Democrática Alemana, incluida la frontera con los sectores de ocupación occidentales de Berlín, tal como es habitual en cualquier Estado soberano».
214 – Fue una de estas muertes —la de un joven obrero alemán llamado Peter Fechter, que murió desangrado por una herida de bala mientras intentaba pasar al lado occidental de Berlín— la que inspiró al cantante Nino Bravo para componer su canción «Libre». El miedo al conflicto producía efectos nocivos a ambos lados; por ejemplo, cuando no se atrevieron a socorrer a tiempo a Peter por temor a posibles represalias, permitiendo su fallecimiento. La muerte es tragedia en estado puro, más para unos que para otros, pero conviene no olvidar a las personas y familias que, aunque no llegaron a perder la vida, quedaron destrozadas. Al final del capítulo les adjunto una imagen de la estructura del muro que se intentaba franquear.
En la fotografía principal, una imagen del Muro de Berlín tomada por mi tía en el año 1964, © Alejandro Valero.
En la imagen que podemos encontrar líneas más arriba, el que escribe atravesando el Muro en un Trabant.