Quizá, en más de una ocasión haya estado convencido de tener la razón, pero no logre imponerse ante interlocutores que no buscan la verdad objetiva ni el aprendizaje, sino imponer su propio relato. Seguramente, también habrá observado esta situación en otros (basta con encender la televisión). Pues bien:
“Schopenhauer distingue entre tener razón y llevar razón, términos que diferencia por la objetividad de esa razón y que debemos tener muy presentes. Es decir, por tener razón alude al hecho de estar en posesión objetivamente la razón, mientras que llevar razón supone el acto de imponerse en una discusión, independientemente de estar en posesión de la razón objetiva (o verdad) en el asunto discutido. Por ejemplo, es muy frecuente que en debates políticos y/o ideológicos, así como en los medios de comunicación de más audiencia, se impongan criterios y «razonamientos» que den la razón al argumento que más convence 15 o al tertuliano que más ruido hace, sin ningún tipo de análisis escrupuloso.
Por esto, es importante tener en cuenta que la aprobación de un discurso no tiene por qué ir ligado a la veracidad de este. En muchas ocasiones se debe a la media resultante de la habilidad transmisora en la parte enunciante con la pericia intelectual que posea la parte receptora. Siguiendo principalmente la Dialéctica Erística de Schopenhauer, veremos algunas estrategias y falacias argumentales para tener herramientas que nos ayuden a esclarecer la razón, y también para tenerlas presentes y no caer en su uso (distanciarnos de un proceder falaz nos sitúa en el lado de la solución al igual que instalarnos en él forma parte del problema)”.
El arte de cuidar la mente (Valero, 2025).

15 – El problema de esto no reside únicamente en la habilidad que posea el emisor para ganar la confianza de un receptor mediante cierto tipo de estrategias, sino también en la capacidad de ese receptor para asimilar, entender y someter a crítica el mensaje y canal que está usando tal emisor. El canal también incide en la jugada, por eso siempre que deben emitir según qué mensaje, utilizan tonos de voz, variedades diastráticas y una expresión corporal que permitan acreditar su mensaje, desviando la atención así de la objetividad y del razonamiento lógico. Por ejemplo, cuando intentan vendernos un producto y utilizan un tono suave y conciliador (manifestándose empático y con cercanía, «lo hago por tu bien, porque me preocupa tu bienestar») u otro más agresivo (que convenza a través de transmitir autoridad y firmeza, «mi actitud se debe a que estoy en posesión de una total certeza, así que debes creerme»).