!Ah del castillo!

«Érase una vez en un lugar de cuyo nombre debemos acordarnos llamado España —más concretamente nos situamos el 19 de octubre de 1469, en la provincia de Valladolid64— se celebró una boda de incógnito que alteraría el curso de la Historia; y no solo de la española, sino de la mundial. Los novios eran dos jóvenes príncipes, una joven que había cumplido 18 años y un muchacho de tan solo 17 que, para contraer nupcias, tuvo que viajar en una caravana disfrazado de criado (incluso haciendo el papel de sirviente para aportar verosimilitud a la coartada).

El hermanastro y tutor de la novia era el rey de Castilla, Enrique IV; y en sus planes no entraba que esta contrajera matrimonio sin su consentimiento, por lo que desarrolló un entramado de espionaje y control de fronteras como medida de precaución; y que no se le torciera la jugada de casarla con quien él estimase oportuno. Puede que usted se pregunte el porqué de tanta precaución, y aquí estoy yo para contárselo. Para entrar en calor, tenemos que trasladarnos a mediados del siglo XV, época de cambios cuando, poco a poco, el teocentrismo medieval va haciéndose a un lado frente al avance del antropocentrismo renacentista65. En el contexto previo a la boda, el susodicho rey de Castilla, quería nombrar Heredera al Trono a su hija Juana, apodada «la Beltraneja»66, pero las campanas del rumor sobre la ilegitimidad de su descendiente repicaban por la Corte, así que urgía hacer algo frente a una facción nobiliaria que empezaba a alterarse más de la cuenta. Es entonces cuando se promueve la candidatura al Trono de Isabel, su hermanastra y nuestra joven novia en esta historia. Una facción, comprometida con el rey de Aragón, Juan II, quería hacerla reina y casarla con su hijo Fernando, el novio de nuestro relato. Enrique estaba acorralado y haciendo frente a las más que fundamentadas sospechas de la infidelidad de su mujer, así que decidió urdir un plan para que reinara Isabel…».

Aventuras de la Historia (Valero, 2024)

64 – Bueno, realmente España aún no se llamaba así. Con la dinastía de los Habsburgo se utilizó la designación Rey de España para referirse a las posesiones en la península Ibérica; por eso a Felipe II se lo consideró, desde el inicio, Príncipe de España. Más tarde, el Borbón Felipe V usaría el término Reino de España, aunque la mayoría de historiadores coinciden con el «nacimiento» del término geográfico en «la Pepa», la Constitución de Cádiz de 1812. Pero ¿de dónde viene la palabra España? Se cree que el primer término vinculante es el fenicio i-shepam-im, que significa ‘tierra de conejos’; de la palabra shapán, cuyo significado es ‘conejo’, a causa de la cantidad de estos lagomorfos que debieron de encontrarse los fenicios a su llegada a la península (esta es la teoría más aceptada, aunque otras interpretaciones aluden a i-spn-ya, ‘tierra en la que se trabaja el metal’). De ahí derivó la palabra Hispania, acuñada por los romanos (como Catón y Plinio el Viejo) aludiendo a una «tierra abarrotada de conejos» y de la que a su vez deriva la palabra España, que tanto les escuece, por desinformación o mala información, a algunos (curiosamente, españoles en su mayoría). Les dejo una frase de Juan Eslava Galán, escrita en su libro Historia de España contada para escépticos: «España, ese bellísimo nombre que durante mucho tiempo solo tuvo connotaciones geográficas, no políticas».

65 – La corriente humanista imperaba en la época, caracterizada por el retorno de la cultura grecolatina como medio de restaurar los valores humanos (según su definición por el DRAE). El hombre era el centro de todo; y se exalta la dignidad humana, recuperando los valores de dignidad y libertad. En 1453 surge la imprenta, debida a Johannes Gutenberg, que facilitó la disponibilidad de textos, multiplicando así también el número de los lectores. Este florecimiento cultural deparó una mayor divulgación de la cultura, ampliando tanto su círculo como su velocidad de propagación. Son estas nuevas tecnologías de prensa e imprenta las herramientas de la guerra propagandística iniciada por los países protestantes (y continuada a día de hoy por una mesnada desinformada entre los propios españoles). En España —nos dice María Elvira Roca Barea— no se quería librar esa guerra; se entendía que no era propia de caballeros: los españoles luchaban con armas, no con panfletos. Craso error. Pero basta ya, que al final voy a aburrirle.

66 – Cree el ladrón que todos son de su condición: aquejado de los rumores de infidelidad por parte de su esposa, Enrique encerró a Juana en el castillo de Alaejos, bajo custodia del arzobispo Alonso de Fonseca y Ulloa, hombre de confianza del monarca y señor de aquel lugar. El arzobispo solo dejaba que una persona fuese a verla: su sobrino y hombre de confianza don Pedro de Castilla y Fonseca. Fruto de esas visitas de cortesía, la reina Juana dio a luz a los gemelos Pedro y Andrés de Castilla. Una lástima que los restos de Juana «la Beltraneja» se hayan perdido, porque podría esclarecerse el misterio con una prueba de ADN.