Los imperativos disfrazados de sabiduría campan a sus anchas en redes sociales y medios de comunicación, donde el Perogrullo goza de su edad de oro y la estulticia (esta última, si encendemos la televisión, veremos que se ha convertido en una estética) se cotiza mejor que la sensatez. De ahí que El arte de cuidar la mente no sea solo un libro de cabecera, sino un manual de legítima defensa intelectual para llevar bajo el brazo y blandir —en sentido figurado— contra los profetas y colaboradores de esta epidemia de idiocia que nos asola.
Debemos estar preparados para el constante embate, por eso en El arte de cuidar la mente se advierte que: «cuando el objetivo es convencer y no educar, también es útil contar con sujetos poco exigentes intelectualmente que asuman un mensaje acríticamente».
Estará de acuerdo conmigo en que:
«La vida —afortunadamente— no son dos días y, aunque lo fuesen, debemos llegar al segundo día con posibilidades de disfrutarlo, para lo que es necesario no darlo todo exprimiendo el primero. El presente continúa, no se detiene, esto nos dice que la manera más responsable de vivirlo es en una melodía allegro ma non troppo, teniendo en cuenta el futuro, buscando la felicidad por medio de la sensatez».
Y es que:
«Debemos esforzarnos para identificar y dar importancia a los pensamientos positivos, sin perder de vista la objetividad. Para que la experiencia se convierta en un vehículo de aprendizaje y no en trauma, no hay que simplemente ignorar los pensamientos negativos, sino enfocarse en exprimir lo bueno y útil de aquellas situaciones en las que hemos sido vencidos. No es recomendable enterrar la cabeza en el suelo como el avestruz frente a las dificultades y centrarse solo en el bienestar, la felicidad y el positivismo; puede producir ignorancia sobre los problemas reales, así como un empobrecimiento interno que no nos prepare para gestionar la realidad».
El arte de cuidar la mente (Valero, 2025)
