Mientras mi tía Ángela estaba trabajando en una fábrica de Düsseldorf, recibió correspondencia desde Madrid donde sus hermanas le narraban, entre otras cosas, la mayor tragedia que podría haber pasado en suelo español. Afortunadamente, tal infortunio nunca llegó a detonar (permítanme el juego de palabras ahora que sabemos que no fue a mayores), pese a funambular muy delicadamente en la línea que separa la tranquilidad de la debacle.
Recordemos tal incidente y su contexto dentro de la Guerra Fría:
«Saltemos a 1966: el Gobierno estadounidense mueve ficha y propone una alerta máxima —que supuso mantener continuamente en ruta bombarderos B-52 cargados de armamento nuclear— que funcionara también como elemento disuasorio (su nombre en clave era Operation Chrome Dome). A la hora de cubrir grandes distancias, hemos enumerado problemas como el combustible, por lo que para sostener esta misión 24 horas, necesitaban repostar. Así, sale de Carolina del Norte un avión con cuatro bombas nucleares preparado para una misión que duraría un día, en la que sobrevolaría los límites de la URSS.
En el vuelo de regreso, tuvo que repostar en el aire, para lo que se designó un avión cisterna que iba a suministrarle combustible en pleno vuelo mediante un tubo telescópico, a más de 9000 metros de altura y con una velocidad superior a los 400 kilómetros por hora. Una racha de turbulencias provocó la serie de reacciones que acabaron en la explosión del avión cisterna, hecho que repercutió fatalmente en el bombardero, el cual quedaba fuera de control debido a las consecuencias de la explosión. Los pilotos del B-52 consiguieron eyectarse —no pasó lo mismo con los del avión cisterna— y arrojar la carga al vacío.
Así, en un día que las crónicas describen como soleado pese a ser 17 de enero, a los españoles nos cayeron del cielo cuatro bombas térmicas de fusión Mark 28: se trataba de las nuevas bombas de hidrógeno, más destructivas aún que las nucleares soltadas sobre Hiroshima y Nagasaki). La localidad almeriense de Palomares recibía así los restos en llamas de los dos aviones, los cuatro tripulantes que sobrevivieron y las cuatro bombas H, que afortunadamente no llegaron a desencadenar su poder destructivo (no estaban activados sus detonadores). Pero sí liberaron gran cantidad de plutonio en su impacto contra el suelo, al no desplegarse sus paracaídas eficientemente, lo que declaró el Estado de Alerta.
«Mensaje de máxima importancia: tenemos un código Broken Arrow». Esta podría haber sido la notificación que llegó a Washington (‘flecha rota’ es como designaban a una bomba nuclear extraviada). Afortunadamente no hubo bajas entre los habitantes de Palomares, aunque la bola de fuego que era el avión cisterna precipitándose al vacío cayó en las inmediaciones de una escuela, causando solo desperfectos. El Gobierno estadounidense pronto entró en contacto con el español (y eso que en aquella época, solo existía un teléfono en todo Palomares), organizándose un operativo de limpieza de la zona y búsqueda de una de las bombas caídas al mar dominado bilateralmente por la opacidad y el secretismo.»
Aventuras de la Historia; El otro lado del Muro (Valero, 2024)
