Aventuras de la Historia

No sé si conoce el término Jólabókaflóð, palabra islandesa que podría traducirse como “inundación de libros” y que nace en la segunda guerra mundial, debido a que en las fechas navideñas era más barato la impresión de un libro que otros agasajos en una tierra con limitadas importaciones y recursos. La tradición continúa hasta nuestros días siendo popular regalar libros por tales fechas, algo que un seguidor secunda y hasta tiene una sugerencia para ustedes, como imaginarán. Hasta que se decidan, voy a extraer un pequeño fragmento de ‘Aventuras de la Historia’ (concretamente, del capítulo ‘Los dragones cruzan el océano’) donde, entre muchísimas otras cosas, explicamos la llegada de los primeros habitantes a la tierra del hielo:

“Poco después —nos situamos ya hacia 860—, otro visitante accidental llamado Gardar, apodado «el Sueco», fue arrastrado durante días a merced de un temporal que lo sorprendió durante su viaje de Dinamarca a las Hébridas. Parece que la deriva lo llevó hasta el sudeste islandés, lugar de grandes acantilados con playas de arenas negras y enormes laderas rocosas. Buscando mejor puerto para el desembarco, mantuvo firme la dirección oeste antes de poner rumbo norte, circunnavegando la «tierra nevada» hasta Húsavík, en la costa septentrional de Islandia.

Esperó a la primavera para volver a Noruega y contar su aventura en aquella isla que bautizó Gardarsholm (‘isla de Gardar’). Pero el nombre por el que hoy la conocemos se debe a un guerrero vikingo que sí buscó llegar a ella —quizá se hartó de combatir y quiso establecer una colonia—: otro noruego llamado Floki Vilgerdarson (o hijo de Vilgerdar, pues el sufijo -son, como en inglés, quiere decir ‘hijo de’). Su valía como colono debía de ser inferior a la del guerrero, pues un problema de logística con el alimento del ganado, que no supo gestionar, hizo que los animales perecieran de hambre. No debió de ocurrírsele la escasez de pastos, imaginando quizás un terreno similar al de las Feroe.

Intentó volver antes del invierno, cuando la escasez de víveres se preveía acuciante, pero las temperaturas ya habían empezado a bajar y el compacto hielo impedía la navegación y, por tanto, su regreso. Obligado, pues, a esperar a la primavera en aquella tierra inhóspita, dio en bautizarla con el nombre por el que aún hoy la conocemos: Ísland o ‘tierra de hielo’ (no confundir con el inglés island, ‘isla’).

Ni por esos antecedentes tan desalentadores dejó Islandia de recibir más visitas, hasta convertirse también en colonia. Puede que a los colonos los atrajera el mito nórdico de la creación reflejado en aquella isla, que presenta glaciares y volcanes junto a fantásticas cascadas y verdes parajes 47. En este punto, merece la pena que nos detengamos un momento para hablar de navegación.

Si usted, al leer esto, se pone en el pellejo de aquellos navegantes, convendrá en que tales periplos son, cuando menos, admirables. Aparte de la ingeniería para la construcción de barcos de poco calado que podían surcar el océano así como ríos someros, del valor y la fortaleza necesarios para soportar largas singladuras en una cubierta sin abrigo ni comodidades, está la dificultad para orientarse en mar abierto. Un guía fiable era la estrella Polar, indicadora por excelencia del norte geográfico; y también de la latitud, si estimamos su altura en relación con el horizonte.

Cuando navegaban en mar abierto, los vikingos usaban una técnica llamada navegación latitudinal, consistente en zarpar desde un punto de la costa a otro en la misma latitud o similar —como Bergen (Noruega) y cabo Farewell (Groenlandia)—, mientras esperaban al viento favorable. También tenían que calcular la longitud, para lo que los más experimentados se valían de métodos como «leer el mar» y las condiciones atmosféricas, el comportamiento de la fauna salvaje 48, etcétera.

Pero también existe otro método, más exótico, que veremos a continuación, …”.

Aventuras de la Historia (Valero, 2024)

En la imagen, servidor sentado entre las placas tectónicas de Norteamérica y Europa en el Parque Nacional de Thingvellir, donde los primeros islandeses tenían su asamblea (o thing). Fundado al rededor del 930, aunque rudimentario el Althing está considerado por muchos como el primer parlamento.

47 – «Al principio, éranse el frío y el calor. El frío era Niflheim, un mundo de oscuridad, frío y niebla. El calor era Muspell, el mundo del eterno calor. Entre estos dos mundos existía un gran vacío con el nombre de Ginnungagap [‘abismo’]. En Ginnungagap surgió la vida al encontrarse el hielo de Niflheim y el fuego de Muspell» (Edda mayor, poemas anónimos islandeses del año 1000).

48 – Algunos indicativos, como la concentración nubosa, pueden anunciar la presencia de tierra firme. También, el color y la claridad del mar —si estamos cerca de la desembocadura de grandes ríos—, los témpanos de hielo flotantes y hasta, quizá, la piedra solar. Se le llamaba así a una forma cristalina del carbonato cálcico (o espato de Islandia) utilizada para localizar el Sol en cielo cubierto. Pero de esto no hay suficiente evidencia disponible, aunque sí aparece en las traducciones de algunas sagas. Los vikingos conocían las rutas migratorias y zonas de alimento de las ballenas, asociadas con su posición geográfica. Otro indicio era el vuelo de aves marinas, según qué especies se alejan más o menos de la costa para alimentarse: hasta 160 km, como es el caso de las gaviotas tridáctilas; o el de los frailecillos, que apenas se distancian 10 km. La brújula china llega a Europa hacia el s. XII, por lo que invito al lector a imaginar por unos segundos la valentía, el riesgo, la desesperación quizás, y el ingenio de estos pueblos.