Aventuras de la Historia

Decía Lorca que:

«La lluvia tiene un vago secreto de ternura,

algo de soñolencia resignada y amable,

una música humilde se despierta con ella

que hace vibrar el alma dormida del paisaje.»

Pero desde Aventuras de la Historia le contamos algo que sucedió hace casi dos siglos en otra parte del viejo continente, también en un lluvioso día como el de hoy, donde…:

«La lluvia, lúgubre y fría, caía sobre las verdes colinas helvéticas. Era un oscuro día invernal en pleno verano en el que se sucedían las conversaciones sobre actualidad, como los logros de Luigi Galvani con la electricidad y las declaraciones de Erasmus Darwin, quien especulaba sobre la posibilidad de devolver la vida a un ser ya inerte mediante impulsos eléctricos.

Esta adversidad climática desfavorecía las actividades fuera de casa, quedando los inquilinos recluidos en la villa durante varios días con sus noches. Se suceden las tertulias al amor de la lumbre acompañadas de fulgentes destellos de relámpagos que precedían al retumbar de los truenos y el constante golpeteo de las gotas de lluvia contra repisas y ventanas. En esa atmósfera, leen historias de terror iluminados por los exiguos rayos de sol que se colaban diagonalmente por los ventanales de la lujosa villa.

De noche, prosiguen la lectura alumbrados por la proyección de la intermitente y danzante llama que producían los crepitantes leños consumiéndose en la chimenea que también les calentaba, cuando no por pequeños candelabros que emitían una trémula luz acorde con la lectura. También es probable que al grupo de escritores les acompañase alguna musa externa, como el alcohol o el láudano, un brebaje inventado por Paracelso y usado en medicina para amortiguar dolores, compuesto de vino blanco, opio, clavo y canela, entre otros ingredientes (no era raro su uso por parte de artistas y pudientes con acceso a él).

Byron decide ganarle la batalla al aburrimiento sacudiéndose el letargo y proponiendo un reto: escribir, allí mismo y de inmediato, una historia de terror. Por este desafío, cada uno esboza lo que sería un relato posterior; y curiosamente, los escritos por poetas de tanto renombre no llegaron ni a la sombra de los debidos a dos de sus acompañantes: la joven amante de Shelley, sobre la que volveremos más adelante, y el médico de Byron, al cual se dedican las siguientes líneas.

Polidori había heredado de su padre, el erudito italiano Gaetano Polidori, el gusto por la literatura, que volcó en un relato de dieciocho páginas titulado «El vampiro», para cuyo protagonista, Lord Ruthwen, se dice que se inspiró tanto en el mismo Lord Byron como en alguna de sus obras 6

(Valero, 2024)

6 – «Sus rarezas provocaban una serie de invitaciones a las principales mansiones de la capital. Todos deseaban verle, y quienes se hallaban acostumbrados a la excitación violenta, experimentando el peso del ennui, estaban sumamente contentos de tener algo ante ellos capaz de atraer su atención de manera intensa». De extractos como los aquí mentados, a poco que uno haya leído la biografía de Lord Byron, no le costará encontrar cierta similitud con el personaje que crea Polidori para su obra. He aquí otro pasaje de «El Vampiro»: «Mas aunque las vulgares adúlteras no lograron influir en la dirección de aquella mirada, el noble no era indiferente al bello sexo, si bien era tal la cautela con que se dirigía tanto a la esposa virtuosa como a la hija inocente, que muy pocos sabían que hablase también con las mujeres».