Durante lo que se conoció como el “año sin verano”, las sucesivas tormentas dictaban su ley sobre las colinas helvéticas que rodeaban la villa donde cuatro grandes escritores alimentaban su imaginación. Entre sombras y destellos, resonaban las teorías de Luigi Galvani y Erasmus Darwin mientras el fuego de la chimenea que los calentaba, los candelabros y el láudano alimentaban la imaginación de los confinados despertando sueños imposibles. En ese retiro nacieron obras y mitos que trascienden al tiempo, como el del doctor Frankenstein —que tan bien interpretó Gene Wilder en una versión más cómica del moderno Prometeo— y su criatura, y la obra de la que hablaremos aquí sucintamente: El Vampiro.
«Finalmente, en 1819 se publica este cuento, en el que, por primera vez, se presenta a un vampiro seductor, culto, refinado y elegante, en contraste con las antiguas leyendas vampíricas7. Esta sería la inspiración de muchos autores posteriores a la hora de elaborar sus relatos acerca de vampiros, entre ellos la obra de 1897 Drácula, de Bram Stocker, que también bebe de antiguas leyendas sobre los strigoi, así como de la figura de Vlad III, gobernante transilvano del siglo XV, apodado «el Empalador», hijo de Vlad II o Vlad Dracul, de Valaquia8.
Otra narrativa inspirada en la realidad, pues Vlad Tepes (apodo que significa ‘empalador’, debido a su práctica de empalar a sus enemigos y exhibirlos en las fronteras de su territorio), también llamado Vlad Draculea (Vlad, hijo de Dracul), fue un príncipe de Valaquia que reinó entre 1456 y 1462. Su padre había ingresado en la Orden del Dragón del entonces rey de Hungría, Segismundo de Luxemburgo: de ahí el sobrenombre de Dracul (el apodo original era el vocablo húngaro drac, que significa ‘dragón’, pero que, al no existir ese animal en la mitología rumana, fue adaptado a dracul, que significa ‘diablo’)».
Aventuras de la Historia (Valero, 2024)

7 – No sabría decirle cuál es el origen del mito de los vampiros, ya que encontramos similitudes en antiguas leyendas balcánicas, las sagas islandesas e incluso regiones como la Mesopotamia y China antiguas. Puede que sea más conocida la mitología medieval, donde se encuentra la figura de los strigoi, seres del folclore rumano que vuelven de entre los muertos para alimentarse de sangre humana, y que dieron lugar a exhumaciones de tumbas, sospechosas de albergar alguna de estas criaturas. Puede que los cadáveres expulsen un líquido oscuro por nariz y boca llamado «líquido de purga», que se asemeja a sangre seca (resultante de la descomposición de los órganos). Si unimos este aspecto a un cuerpo sin vida donde la piel ya se ha deshidratado y contraído, dando paso a unas uñas y dientes de aspecto más largo, podemos encontrar una imagen que se asemeje a la idea que tenemos de un vampiro. Y ¿qué hay del origen de las vampiresas? Pues la mitología griega habla de Lamia, quien por protagonizar uno de esos incontables romances extramaritales de Zeus, fue castigada por Hera matando a su progenie y convirtiéndola en un monstruo que se alimentaba de la sangre de hombres a los que previamente seducía. Puede que empezara allí la leyenda de la elegante y seductora vampiresa.
8 – En su novela de 1897, Drácula, Bram Stocker también crea el personaje del profesor Abraham van Helsing, del que ha habido diferentes adaptaciones posteriores, tanto en la literatura como en cómics, películas y videojuegos. Van Helsing pudo estar inspirado en otra figura real, el también médico y medio neerlandés Gerard van Swieten, quien elaboró un informe para la emperatriz María Teresa I de Austria refutando la existencia de los vampiros. No crea que el asunto es baladí, porque en aquella época y en esas regiones se profanaban las tumbas que pudieran albergar cadáveres sospechosos de vampirismo para practicarles una «muerte definitiva». Gerard era un hombre de ciencia comprometido con la racionalización de temas místicos, que llegó a ser el médico personal de la emperatriz. Su hijo, el barón Gottfried van Swieten, fue mecenas de grandes compositores, como los austríacos Mozart, Haydn y el nacido alemán Beethoven, pero paramos aquí la nota para no liarnos con otras historias.