Pero no suele pasar, por desgracia. Una opinión no adquiere valor por el simple hecho de ser emitida. Su legitimidad se mide en la solidez de sus argumentos y en la verdad que los sostenga. Confundir opinión con conocimiento es abrir la puerta a la manipulación y a la idiocia, y cerrarla a la realidad. En El arte de cuidar la mente se detalla este aspecto tan importante y descuidado, como podemos leer en este breve fragmento:
«Últimamente es trendy decir que cada uno tiene una opinión y que hay que respetar todas ellas por igual. Hay que diferir aquí, puesto que el ser una opinión más o menos respetable no es implícito al derecho que se tenga a expresarla, sino al carácter de esta. Por ejemplo, el canibalismo formó parte de varias culturas como las mesoamericanas, algunas africanas e indonesias, pero no por el hecho de que se opinara desde ellas aspectos reivindicantes de tal práctica, debemos respetarlo. Por supuesto, todas las opiniones tampoco deben ser del mismo valor; una opinión debería contar más o menos en función de su respaldo argumental, como seguro le pasaría a cualquiera que acude a consulta de dermatología para que evalúen una mancha sospechosa que le ha salido en la piel a quien probablemente, le valdrá más lo que opine el dermatólogo al respecto que la opinión del que está sentado a su lado en la sala de espera».
El arte de cuidar la mente (Valero, 2025).
En la obra encontrará mucho más al respecto. No espere a que se lo cuenten: hágase con su ejemplar.
