Sin haberlo meditado, empiezo con un pareado:
Los gurús posmodernos de la motivación
hacen del Perogrullo —y la estulticia— una profesión.
Se nutren de una mentira rentable: reducir la complejidad humana a eslóganes vacíos, reduciendo la complejidad del comportamiento humano a consignas infantiles. Afirman que “si quieres, puedes” y que “nada es imposible”, ignorando la necesidad de trabajar con objetivos tangibles, estrategias verificables y casuística personal, vendiendo como ciencia lo que no pasa de ser psicología decorativa. Esa retórica simplifica, infantiliza y culpabiliza al que no llega, mientras exonera al vendedor del milagro. No educa ni prepara para la realidad, ya que, en el mejor de los casos, supone un simple analgésico con una vida útil muy limitada. Para identificar y rechazar estos sofismas se requiere madurez intelectual; la única vía adulta la conforman el conocimiento, la evidencia y la conciencia de que los deseos no sustituyen al saber —que no es sinónimo de creer— ni modifican per se la realidad. Pero tengo buenas noticias, porque en El arte de cuidar la mente, —fantástico y baratísimo regalo, por cierto—, podrá reconocer y enfrentarse a la narrativa de la idiocia que impregna casi todo lo que le rodea.
Pongamos un ejemplo extraído de la obra:
«En 2007, Palmer desarrolló el modelo PRACTICE, en el que adaptó los siete puntos que propuso Wasik en 1984, otro acrónimo que indica los pasos a seguir, pero que directamente traduciremos al español. En él se elaboran estas siete etapas: identificación del problema, desarrollo de objetivos realistas, generación de soluciones alternativas, consideración de las consecuencias, selección de la solución(o soluciones) más factibles, aplicación de dichas soluciones y, por último, está la evaluación (O’Riordan, 2011).
Evidentemente, como ya se habló en el quinto capítulo, de la teoría a la puesta en práctica intervienen diferentes factores, algunos de ellos condicionados por diferentes momentos, por lo que, aunque se debe conocer la teoría, también se debe conseguir una práctica adecuada y viable. Y, para ello, si necesitamos ayuda, no debemos renunciar a solicitarla, eso sí, con mucho cuidado, porque si en el ámbito del ejercicio físico y la alimentación existe mucho intrusismo y profesionales poco competentes, en el de la psicología y el coaching no se quedan cortos.
Esto nos lleva a tratar los mensajes simplistas de autoayuda, que solo pueden actuar como paliativo del presente en el mejor de los casos, produciendo una ligera dependencia en aquella psique que no ha sido preparada para hacer frente a la realidad y perjudicando el futuro, puesto que la autoayuda pueril que apela a las emociones ni soluciona ni educa. Se basan en palabras y frases eufónicas que funcionan como una mona ataviada de un suave vestido de seda y que, por muy bonito que luzca, la realidad es que con vestido o sin él, mona se queda.
Tal como señalan Fernández-Río y Vilariño (2016), la pseudociencia dentro de la psicología positiva, de la que se nutre gran parte de la autoayuda, está llena de triquiñuelas para embaucar al personal: lenguaje atractivo a la vez que pueril y maniobras engañosas que huyen de la epistemología. Su esfuerzo por aparentar eclipsa el alcanzar; el rigor experimental y científico está ausente, suponiendo en no pocas ocasiones una coz a la inteligencia (por no decir un insulto). De esta manera: «La narratología afectiva de la PsP (psicología positiva) constituye un conocimiento repetitivo, plagado de sentido común y de filosofía no escrita del refranero popular» (Fernández-Río, & Vilariño, 2016).»
El arte de cuidar la mente (Valero, 2025)
